Nota
previa: Aunque el presente texto data de 2006 y, por tanto, se
requerirían ciertas actualizaciones (por ejemplo, en el punto
dedicado al análisis internacional), su autor considera que las
líneas generales que en él se expresan siguen siendo pertinentes.
La
comprensión como ánimo
La
revolución es en gerundio. Es el movimiento revolucionario en sí,
en el día a día. Marx:
“el comunismo es el movimiento de superación del estado real de
las cosas”.
Cierto, para tomar el poder revolucionario aquí o un poco más allá
todavía falta algún que otro pasado mañana. Pero para avanzar en
el proceso, hablar de mañana -o de que allí sí, pero que aquí no
es posible- es haber perdido la oportunidad para desarrollar el
trabajo revolucionario que se presentaba ayer aquí al lado. Y que
sólo a nosotros
correspondía aprovechar porque éramos los que ahí estábamos.
1.
Más
allá de altibajos, vivimos hoy la necesaria época
histórica y mundial de la transformación del capitalismo en
socialismo. La inauguraron “oficialmente” los cañonazos del
Aurora
bolchevique en 1917 allá por Petrogrado, pero ya tuvo un hermoso
precedente en la Comuna de París. Que se trate de una transformación
necesaria no significa que esté predeterminada de antemano. Lo único
que está asegurado es que de
seguir
la vida en el planeta, el capitalismo no podrá dejar de negarse a sí
mismo y finalmente ocupar su vitrina en el museo de sistemas
históricos. Pero el incendio puede arrasar con todo. Por eso, ya
desde principios del siglo XX la consigna es, sobre todo, un
llamamiento urgente a la voluntad:
socialismo o barbarie…
2.
La
transformación histórica mundial por el socialismo no podrá ser –
y por tanto, ni ha sido ni será - una simple adición de países
socialistas. Es a su manera una única
guerra global que atraviesa todos los países, y en la que en cada
uno se desarrolla una batalla según sus condiciones y límites
particulares; también los que marca el entorno internacional. Los
bolcheviques sabían que la suerte del propio socialismo en la Rusia
campesina y zarista, dependían en gran medida, como mínimo, del
triunfo en Alemania. Tampoco se le escapó al propio capitalismo
internacional. Una decena larga de países agredió a Rusia e impulsó
una “guerra civil” con la idea de truncar aquella experiencia
antiburguesa o, en su defecto, dejarla en tal estado que no pudiera
ser un ejemplo a seguir ni social ni políticamente, obligándola a
tomar medidas de autodefensa para presentarla luego como un sistema
político inferior a la “democracia occidental.” Desde entonces,
no ha habido ninguna experiencia revolucionaria a la que no se le
haya pretendido aplicar la misma terapia de choque, tal como ha sido
(y sigue siendo) el caso en América Latina.
3.
El
grado de avance socialista en cada país, derivado de la batalla
particular que en él se desarrolle, es independiente de lo que
grandes masas ahí se crean y de las banderas que se alcen.
Históricamente esto se ve en un doble sentido. Uno, cuando las
medidas socialistas no pueden ir tan lejos como los elementos más
avanzados quisieran o declaran abiertamente. Los bolcheviques y los
comunistas chinos fueron considerados por el socialismo internacional
como su vanguardia, y, sin embargo, en sus países, por más banderas
rojas que se desplegasen, había una inmensa acumulación de retrasos
relativos que obligaba a tomar muchas medidas propias de la
revolución democrático-burguesa: ésa que nunca hubo y que, en
cualquier caso, la burguesía ya no iba a llevar a cabo a esas
alturas de desarrollo de la lucha de clases. Pero también ocurre que
el propio capitalismo financiero internacional e imperialista, bajo
el manto del “neoliberalismo”, aniquile en países “en vías de
desarrollo” amplios sectores de “capitalismo nacional” (América
Latina.) Entonces, el simple hecho de tomar medidas de
nacionalización, antiimperialistas, más asumibles ampliamente por
“patrióticas”, implica objetivamente avanzar en la perspectiva
del socialismo; en todo caso, la acercan a nivel internacional al
debilitar al imperialismo.
4.
Considerando
la superación revolucionaria del capitalismo como un “acto”
único y mundial que se prolonga en el tiempo, cada proceso
revolucionario, además de sus consecuencias
nacionales
en
cuanto a sus realizaciones, tiene una significación
internacional.
La de los procesos y movimientos revolucionarios en el “Sur” es
“abrir la veda” contra el monstruo imperialista. En el Occidente,
ése tan reaccionario ahora,
el rol histórico de los avances revolucionarios es contribuir a
consolidar
la construcción mundial del comunismo. No debe escaparnos la tesis
de Marx de que el comunismo es sobre todo un acto de pueblos
desarrollados y de que ha de entenderse a escala mundial; tesis a
tomar, desde luego, con todas las actualizaciones y precisiones de
rigor y evitando la burda interpretación de que los pueblos
“tercermundistas” habrían de esperar para adentrarse en la vía
socialista. Lo cierto es que en la medida que el Occidente
reaccionario continúe siéndolo, será fuente de problemas para la
construcción del socialismo allí donde comience y por más claridad
que se tenga en la línea a seguir. No sólo el Occidente
reaccionario limita por su agresividad y chantaje militares. Al
dominar la economía internacional, condena a muchas sociedades que
acceden a la revolución socialista a arrastrar atrasos impidiéndoles
profundizar en ella. Cobra así, si cabe, más importancia el mero
desarrollo
de un movimiento revolucionario en los países “desarrollados”
imperialistas; es decir, su propia existencia, mucho antes de un
eventual triunfo. No ya por lo que se avance nacionalmente, sino por
lo que supone de destabilización en el corazón mismo del sistema, y
de freno mayor para su agresividad a la periferia. Tal es como
debiera abordarse la cuestión del número
en nuestros países, teniendo en cuenta el valor estratégico que
ofrece cada lugar. Es cuestión, más allá de la necesaria
solidaridad, de reparto
de papeles revolucionarios,
donde el criterio del número no se aplica de la misma manera. Diez
personas acosando los intereses y las sedes centrales de los
imperialistas en las príncipales metrópolis dominantes para apoyar
la lucha de los pueblos del “Tercer Mundo” es comparable a miles
atacando sus sucursales allá lejos. En todo caso, la problemática
de la acumulación de fuerzas revolucionarias en los países
dominantes viene en gran parte definida, precisamente, por esa
dominación que ejercen contra el resto del mundo. Parece que dejaran
el horizonte de la revolución sólo para países atrasados, al
tiempo que condenan a sus revoluciones a aparecer como "experimentos"
no atrayentes para los pueblos “desarrollados” al limitar su
contenido socialista y las propias perspectivas postrevolucionarias.
Por ello aquí debemos promover potentes movimientos
antiimperialistas. Porque apoyan a los procesos revolucionarios en
los países dependientes, debilitan la propia retaguardia
imperialista en las metrópolis y pone en marcha un movimiento
práctico que facilita el trabajo de concienciación positiva por el
socialismo, incluso aquí mismo, que vale más que mil proclamas.
5.
La
importancia del análisis internacional. Los revolucionarios deben
seguir lo más fiel posible el movimiento real
de las contradicciones interimperialistas. El desarrollo de la
revolución mundial depende mucho del enfrentamiento entre las
propias potencias, por lo que de aprovechamiento en diferentes
terrenos (político, propaganda, etc.) nos permiten sus peleas, y de
traducirse en conflictos bélicos directos, por conllevar
debilitamiento y destrucción de sus aparatos de represión, de sus
instituciones en general. Hoy menos que nunca, para seguir el
movimiento de las contradicciones entre “los grandes”, podemos
hacer caso de las apariencias diplomáticas; éstas encubren
demasiadas debilidades. Así, por ejemplo, mientras unos (los de la
Unión Europea) están lejos de conformar un bloque imperialista que
les posibilite ir por libres, otros (los yanquis) se dedican a
incendiar el mundo a tumbos para prolongar una hegemonía sin base
real para mantenerla incontestada, y que si en su propio campo se le
prorrogó más de la cuenta fue por motivos de “Guerra Fría”. En
cualquier caso, la tendencia dominante entre ellos es la de crear y
agravar conflictos regionales
para dirimir sus propias diferencias. Desde luego, el caso más
sangrante lo tenemos en Oriente Medio, cuyos pueblos martirizados
ofrecen una resistencia heroica a la que debemos predisponer el apoyo
máximo en nuestros países. Ello pasa por destacar los elementos
positivos, de antiimperialismo, a menudo escondidos tras ropajes
ideológicos o religiosos (indefendibles en sí para nosotros) que
los voceros a sueldo de las potencias agresoras no pierden ocasión
para utilizar a fin de paralizarnos y que les dejemos hacer. La lucha
de resistencia en el mundo árabe y mulsumán es superior a las
diferencias que puedan separarnos de los movimientos que la
encabezan. Y es que incluso para el avance de esos pueblos contra
mistificaciones religiosas y reminiscencias feudales, nada como
desintegrar el (des)orden mundial existente, por civilizado y laico
que lo vistan algunos de sus popes más progres. En ese combate
realmente antiimperialista, aquellos pueblos están en primera línea
pagando un sacrificio inmenso: les debemos honor y memoria ante tanta
sangre vertida, que contribuye a liberarnos a todos de esa arrogancia
efectivamente imperial, la cual se trastoca en miseria y fracaso ante
la determinación de los pueblos que no se someten. Aquí podemos
realizar muchas cosas que a esos pueblos les cogen muy lejos, y que
son fundamentales para aliviarles (para aliviarnos) la presión. Una
vez más, es cuestión de reparto de tareas. Y de organizarse
el ánimo para asumirlas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario