El siguiente artículo fue escrito hace más de diez años. Sin embargo, creemos en la plena vigencia de su análisis, cuya brillantez reside en, precisamente, analizar con precisión las contradicciones que se dan (también) en el seno del poder. Es por ello que una línea revolucionaria de intervención, para que lo sea, debe ser consciente de esta realidad, que limpia de omnipotencia y teorías "conspiranoicas" tanto el análisis como la línea de intervención que lo sucede (y alimenta).
Y que los de abajo nos enteremos…
(la
importancia de poner el acento
en
las contradicciones interimperialistas )
No
basta con que los de abajo
no
quieran, sino que es necesario
que
los de arriba no puedan continuar
como
han venido haciéndolo hasta ahora…
(parafraseando
a Lenin);
…y
que los de abajo nos enteremos
Desde
un amplio abanico de páginas progresistas se identifica certeramente
al imperialismo de los Estados Unidos como el enemigo principal de
los pueblos, capaz de llevarnos a la barbarie…si antes no lo
impedimos. Pero como precisamente de lo que se trata es de esto, de
impedirlo, es imprescindible saber en qué verdadero estado se
encuentra ese enemigo y la solidez del sistema que encabeza. En este
sentido, es de lamentar que entre el movimiento progresista en
general se venga exagerando en demasía en los últimos años el
poder de los Estados Unidos al tiempo que no se tengan en cuenta
suficientemente las contradicciones entre estados imperialistas. Esto
no contribuye a comprender la inestabilidad permanente en que se ha
instalado la situación internacional y a prever lo más posible su
evolución.
En
el presente escrito se mantiene la opinión de que la actual
inestabilidad internacional sin fin responde, en última instancia, a
la voluntad yanqui de prolongar como
sea una
hegemonía absoluta que no
tiene base real. Y que esta hegemonía absoluta no sólo es
contestada de forma combativa
por pueblos del Tercer Mundo o, a través de divergencias profundas,
por potencias como Rusia y China, sino que ella es también puesta en
cuestión dentro del
propio
campo imperialista occidental, principalmente por el núcleo central
de la Unión Europea; evidentemente, en este caso, por razones muy
diferentes de las abrigadas por los pueblos y sólo a la manera en
que los mafiosos se ponen en cuestión entre sí.
Ciertamente,
toda
una serie de elementos históricos y presentes han dificultado (y
dificultan) sobremanera que se consideren en su justa medida las
contradicciones entre
estados imperialistas y la crisis de hegemonía del imperialismo
yanqui. Está la inercia
causada por décadas de Guerra Fría de liderazgo estadounidense
avalado y apoyado a cualquier precio (y nunca mejor dicho) por todo
el campo capitalista avanzado occidental, cuando no se jugaban una u
otra posición de fuerza dentro de su sistema común, sino el sistema
mismo. Al acabar la Guerra Fría tal como lo hizo, ese liderazgo
estadounidense las tuvo todas para mitificarse
en hiperimperio vencedor al que sólo le quedaría dirigir a todos
sus alíados anticomunistas en la empresa única de extender la
“mundialización” al resto de países que la división del mundo
en bloques había sustraído a la influencia plena (o sea,
“neoliberal”) del sistema occidental.
Tenemos
además que hoy especialmente, y al menos por un “buen momento”,
las diferencias entre potencias capitalistas han de dirimirse
mediante, o aprovechando, conflictos regionales
más o menos lejanos, sólo sea evidentemente porque un
enfrentamiento directo entre ellas provocaría una destrucción mucho
mayor aún que las dos precedentes guerras mundiales; lo que conlleva
que las tensiones interimperialistas que animan dichos conflictos se
difuminen en dicha lejanía dificultando su identificación.
Finalmente no pueden obviarse las propias
dificultades
de los competidores de los yanquis dentro del campo de potencias
capitalistas (la UE y, no digamos, los japoneses) para conformar
bloques imperialistas sólidos. Esto no juega a favor de que puedan
liberarse definitivamente de las servidumbres que les impuso la
Guerra Fría en materia de mantenimiento de la supremacía yanqui. Ni
tampoco para que puedan presentar cara a las nuevas amenazas que se
ciernen también contra ellos – en tanto que copartícipes del
(des)orden imperialista mundial - sin demandar la protección del
“amigo americano”. Entre esas amenazas se encuentran
principalmente la que proviene de la lucha de resistencia
antiimperialista de los pueblos del Tercer Mundo (en Irak, en América
Latina,…) y la que siguen viendo (todos los imperialistas sin
distinción) en países como Rusia y China, quienes han heredado un
gran potencia de su pasado socialista, y que ahora utilizan, como
mínimo, para desarrollar una línea de desarrollo independiente en
el marco económico internacional que no conviene a las grandes
corporaciones capitalistas (americanas y no americanas) que buscan
controlar aquellos inmensos mercados.
Sin
embargo, a pesar de lo que (no) parece, las contradicciones y
disputas interimperialistas sí que están ahí, y juegan cada vez
más un papel de primer orden, realimentadas por una crisis de
hegemonía del coloso yanqui que viene
de lejos y
que, como ya hemos indicado, sólo la persistencia de la Guerra Fría
hizo que no se manifestara mucho más antes. Recientemente lo
expresaba bastante bien un editorialista de Les
Echos,
periódico francés de referencia en asuntos económicos, en un
artículo titulado: “La
mundialización continúa pero ya no la dirigen más los Estados
Unidos”, 15
de junio de 2006. En dicho artículo, entre otras cosas jugosas, se
nos dice que “el
triunfo
[estadounidense sobre el comunismo al final de la Guerra fría]
tapaba un
debilitamiento que había comenzado mucho tiempo antes”
y cuya “primera
señal fue […] la derrota de Vietnam.”
Por ahí van los tiros. Y no habrá por menos que insistir en ese
aspecto cronólogico del declive norteamericano ahora que, por fin,
algunos (eso sí, aún con mucha timidez) ponen en duda la existencia
de un ultrapotente imperialismo yanqui ante la evidencia de su
fracaso en Irak y ligando el declive norteamericano a éste. En
realidad, los fracasos en la guerra de Irak, y con ellos el de toda
la estrategia neoconservadora de “reordenamiento democrático” de
Oriente Medio, no suponen el punto del comienzo de ese declive
norteamericano, sino una consecuencia y una neta visualización del
mismo. Este declive, efectivamente, comenzó mucho antes, pero
incluso antes de la derrota de Vietnam. Así, ya a caballo entre los
años 60 y 70 del siglo anterior aparecen fuertes señales indicando
que los Estados Unidos no tenían base económica
suficiente para continuar con el mismo rol imperialista hegemónico
en el Occidente capitalista que la Segunda Guerra Mundial le había
consagrado.
*
Hasta
finales de los 60, el hecho de que la
hegemonía estadounidense sea apenas
contestada dentro del mundo
capitalista avanzado no sólo resulta de necesidades comunes de orden
geopolítico e ideológico
impuestas por la Guerra Fría,
sino que tiene una base
económica real;
ésta, sin duda, reforzada por la distinta suerte con que se había
repartido la destrucción (…y la ¡no destrucción!) de las dos
guerras mundiales. Fijémonos en la distribución mundial de reservas
de oro, en una época en que esta moneda jugaba aún un rol, si no
exclusivo, aún muy importante en los intercambios comerciales
internacionales. Tras la Segunda Guerra Mundial los EEUU acaparaban
los dos tercios (¡!) de dichas reservas, culminación de una
escalada que venía desarrollándose ya desde hacía tiempo, y que no
podía sino representar una diferencia real
incontestable
del peso de la economía de
Estados Unidos en el mundo que se iba a mantener durante lustros.
Sin
embargo, será precisamente esa diferencia abisal de reservas de oro
en los estertores de la Segunda Guerra Mundial, la que lleve a
inocular el virus del
parasitismo posterior (y actual) del sistema estadounidense. En 1944
los Acuerdos de Bretton Woods institucionalizan el absurdo de poner
al mismo nivel el oro que el dólar. Aunque dicha nivelación pudiera
parecer justificada por la falta de moneda en oro suficiente para
garantizar los intercambios comerciales mundiales, a fin de cuentas
lo que se estaba era confundiendo dicha moneda real
(el oro)
con un
papel
moneda (el dólar) y convirtiendo la banca central emisora de
billetes de un país (los Estados Unidos) en la del resto del mundo.
En definitiva, se estaban sentando sólidas bases para que en el
futuro los Estados Unidos pudiesen exportar sus eventuales deudas y
crisis al resto del mundo; al resto del mundo, es decir, desde el
“tercero”…al “primero”. Precisamente será un representante
cualificado de éste (del “primero”), De Gaulle, quien en 1965
hable del “privilegio
desorbitado”
que venían poseyendo los norteamericanos en cuestiones de emisión
de moneda y que le lleva a “endeudarse
gratuítamente a costa del extranjero”
(Conferencia de Prensa en el Palacio del Eliseo, el 4 de febrero de
1965).
No
obstante, durante bastantes años tras dichos Acuerdos de Brettons en
que se inoculó ese virus del parasitismo de los Estados Unidos, el
mismo va a coexistir con una “macroeconomía” en este país
todavía relativamente “sana”, y su portador no tendrá todavía
gran necesidad de desarrollarlo. Será con el tiempo, que los
inmensos gastos del aparato
estatal estadounidense, principalmente militares, así como el
desarrollo (el retorno, habría que decir) de otros polos de
desarrollo capitalista, sobre todo en Europa y Japón, se encargarán
de sapar las bases materiales
(reales) sobre la que se había edificado la hegemonía yanqui.
Ya
desde 1961 se
constituye un Pool de paises ricos (principalmente Japón y Alemania)
que ponen sus
reservas de oro a disposición de los norteamericanos para que estos
cumplan su
obligación de respaldar los papeles dólares que sólo
ellos imprimen. Esta “generosa
solidaridad” entre estados capitalistas desarrollados va durar
hasta 1971, año en que Nixon, en plena guerra de Vietnam, decide de
no respaldar más con oro los dólares que imprime. A partir de ahí,
el papel (dólar) sustituye definitivamente al oro como moneda,
aprovechándose también de la inercia de décadas en que
efectivamente se había impuesto en los intercambios internacionales
y se había tesorado (falazmente) como sustituto total del oro. Tanta
generosidad y condescendencia de los otros paises capitalistas
desarrollados para con los Estados Unidos no podía sino explicarse
(y alargarse) evidentemente que por razones de Guerra Fría: había
que mantener al gendarme occidental tal como se sostiene a policía y
militares propios.
En
cualquier caso, lo que queda claro es que desde los comienzos de los
70, con esa decisión de los Estados Unidos de imprimir
sin más una buena parte de su riqueza, había sonado la hora
definitiva para que el virus del parasitismo americano comenzara a
manifestarse como nunca hasta entonces. Puede afirmarse que es justo
entonces cuando se constituye la base monetaria de la exportación de
esa crisis crónica de los Estados Unidos que consiste en un ciclo
interminable y creciente de sus déficits tanto comercial como
financiero, a excepción de algún que otro momento de superávit
oficial durante el mandato de Clinton. Y en los últimos años la
cosa no hace sino empeorar. Según el International
Herald Tribune del 18 de setiembre
de 2006, y tal como se hace eco en parte El
País del día siguiente, el déficit
exterior de los Estados Unidos ronda ya los 800 mil millones de $ por
año, representando el déficit corriente el 6,6% del PIB, cuando,
por ejemplo, la UE instituyó en su día la posibilidad de abrir
expedientes a los países que superaran el 3%.
Como
era previsible, la primera potencia mundial ha pretendido en todo
momento lidiar, en parte, sus gigantescos déficits con la
exclusividad legal que tiene de imprimir los dólares que debe y de
hacer bajar o subir el valor de éstos. Pero como la riqueza no se
puede imprimir, sino a lo sumo “transferir”, esas maniobras
“mágicas” no se han podido llevar a buen puerto sino a costa de
otros. Resulta, pues, que los Estados Unidos están ejerciendo una
“considerable
influencia negativa (…) en la economía internacional, como
consecuencia, entre otros factores, de la descontrolada emisión de
dólares para pagar productos y servicios por encima de su real poder
adquisitivo, ‘papeles que ya la gente no quiere atesorar’.
(Fidel Catro, según Granma,
informando sobre una importante reunión de su Partido el 1 de julio
de 2006). No es probable que el International
Herald Tribune sea acusado por la
Adminsitración Bush por colusión con el vecino mandatario enemigo,
pero no dice otra cosa cuando en el artículo mencionado
anteriormente se atreve a comentar en “voz alta”: “Hasta
ahora, los extranjeros se han mostrado muy contentos de recibir
dólares a cambio de las compras norteamericanas de coches,
televisiones y petróleo extranjero. Pero la cuestión es qué
pasaría si en un momento dado los extranjeros decidieran que quieren
poseer menos valores y divisas en dólares.”
Por nuestra parte, ha de insistirse en que la insostenible situación
norteamericana, incluso desde el punto de vista de la “economía de
mercado” que tanto dicen defender, se viene sosteniendo
artificialmente desde hace mucho tiempo.
Efectivamente,
a partir de los 70 esa riqueza americana, cada vez más “por
encima de su real poder adquisitivo”
es en gran medida responsable de la conocida ruina total en que se
encuentra gran parte del tercer mundo, sin por ello exculpar, por
supuesto, al resto de paises “avanzados” ni a las camarillas
locales en los paises dependientes. Pero lo que más nos interesa
destacar en este escrito - por lo que tiene que ver con la
agudización de las contradicciones interimperialistas, que es, en
definitiva, lo que históricamente está en la base de las mayores
destabilizaciones y conflagraciones mundiales -, lo que más nos
interesa destacar ahora, decimos, es que los propios países
avanzados capitalistas, afectados por la larga doble crisis económica
y social que se inicia en todo el mundo industrial en dicha década
de los 70, ven en el estado y sistema norteamericanos un fardo y un
obstáculo a sus propias “necesidades” expansionistas; un estado
norteamericano, al que ya sólo les podía ligar, como hemos
señalado, la “amenaza soviética”. De ahí que cobren vigor las
tendencias a formar bloques económicos, como en Europa, y a crear o
a fortalecer monedas que puedan sustraerse del yugo del dólar, tal
como se pretende con el ecu que finalmente deviendrá el euro. Y a
partir de ahí de que pueda llegarse a una situación donde una buena
parte de importantes países considere muy seriamente la posibilidad
de asegurar mucho más el valor de sus riquezas en otras monedas
distintas del dólar, alejando así el temor de que se les esfume por
tenerlo casi todo representado en la divisa estadounidense. Por
cierto, que es en este sentido estrictamente económico que
recientemente se ha pronunciado el Presidente venezolano Hugo Chávez,
apoyando la iniciativa planteada en su día por Irán, aunque, en su
caso, este país estuviera también guíado por las conocidas
consideraciones geopolíticas en torno a las amenazas anglosajonas
contra él.
Que
durante decenios todas las tendencias contradictorias
intracapitalistas han estado limitadas y compensadas prinicipalmente
por “la amenaza del bloque soviético-comunista”, lo demuestra el
que hoy precisamente sea Japón, que en gran medida se considera
todavía inmerso en guerra fría con China y Corea del Norte, el que
aún no pueda materializar tantos distanciamientos sustanciales del
“amigo americano”. Un “amigo americano”, al que los
japoneses, como primera potencia financiera del mundo, llevan
sosteniendo como el que más a golpe de compras de bonos del tesoro
estadounidense en dólares, cuando seguro que hubiesen preferido
conquistar
mercados más reales donde exportar su plus de riqueza (plus,
evidentemente, desde un punto de vista capitalista) y así no verse,
como ha sido el caso, inmersos en una crisis de estancamiento durante
toda la década de los 90 y de la que todavía se resienten.
Pues
bien, el meollo de la cuestión de la inestabilidad internacional
permanente actual estriba en que el problema de los déficits
americanos y de su estándar de vida muy superior al de su poder
adquisitivo real no puede resolverse
con correcciones estrictamente económico-monetarias; lo que en su
caso equivaldría a que los norteamericanos aceptasen de buen grado
que no pueden continuar ejerciendo su hegemonía como antes. Y esto
no es posible porque, aparte de las grandísimas fortunas y negocios
que son consecuencia de esa hegemonía, los Estados Unidos han
construído un sistema económico-social que, lejos de la pantalla
del neoliberalismo que tanto promulgan y exigen a los otros, está
ultraprotegido
por una serie de leyes y de medidas que precisamente sólo
se explica por el rol hegemónico que ejercen en el mundo. Así, al
margen (y nunca mejor dicho) de sus 40 millones de pobres, los
Estados Unidos históricamente se han “preocupado” de crear su
propia bodyguard (guardaespaldas)
interior (Howard Zinn): una amplia clase media dopada por una
financiación sin igual en el mundo, si tenemos en cuenta la
facilidad con que se conceden los préstamos a empresas y familias en
comparación, incluso, con otros países desarrollados. Además,
durante décadas en ese país se han aplicado sustanciosos planes
sociales empresa por empresa – de paso, sin sentimiento de
culpabilidad por estatismo social - en un mundo de grandes industrias
que está al abrigo, igualmente como en ninguna otro país, de tener
que responder a la banca (nacional e internacional) en caso de
quiebra (capítulo VIII de la Constitución.) Sólo hoy ya son casi
una decena las grandes empresas las que se han acogido a este
capítulo, entre ellas, la famosa Enron. En definitiva, estamos
hablando de que los Estados Unidos desde hace decenas de años vienen
ejerciendo toda una “generosidad financiera” hacía el interior
del país mientras siguen buscando en el extranjero – y ¡ay si no
se encuentran! - 2000 millones de dolares todos los días.
Es
pues la propia estabilidad del
particular sistema norteamericano la
que depende de su hegemonía mundial. Y si fue la Guerra Fría la
que, en definitiva, hacía que esa propia estabilidad fuese deseada
por europeos y japoneses en contra de sus propias tendencias
expansionistas autónomas, tras el fin de aquélla, es sólo
sobre la prolongación de la guerra
(caliente si es preciso) o de la
simple amenaza permanente de la misma
a nivel mundial que los norteamericanos pueden basar sus aspiraciones
de prolongar el sometimiento de aquéllos países a su hegemonía.
Por eso será larga la guerra contra…el “terrorismo”, porque
“largo” y peliagudo es el desafío que tienen que resolver los
Estados Unidos: asegurar su hegemonía contra vientos enemigos y
mareas… “amigas”.
Debe
quedar claro que, en ningún caso, se trata de negar el elemento
económico
clásico de conquista de mercados, sobre todo hoy de energía, que
efectivamente existe en las guerras actuales norteamericanas. Aún
menos se trata de obviar que los estadounidenses quieran impedir el
establecimiento de potencias regionales contrarias a sus intereses
geopolíticos tales
como Irak o Irán; o, cómo no, el de potencias suprarregionales
“antioccidentales” tales que Rusia y China. Tan sólo se quiere
insistir – y tanto más porque apenas se tiene en consideración -
en que, detrás de esos factores que ciertamente juegan un rol, debe
resaltarse el papel de fondo que supone la necesidad cotidiana
imperiosa de los norteamericanos de someter a sus propios “socios”
occidentales, y de impedirles que den vía libre suelta a sus
tendencias imperialistas una vez desaparecido el gran enemigo común.
*
Toda
la estrategia agresiva de los neoconservadores norteamericanos por un
nuevo siglo de dominación yanqui, elaborada mucho antes de imponerse
en la Casa Blanca, se basa en ese diagnóstico de pérdida de base
real de la hegemonía de los Estados Unidos; no en la conciencia de
que éstos, tras haberse desembarazado del obstáculo sovietico, son
más fuertes y ricos que nunca y necesitan conquistar mercados para
dar salida a una plétora de productos y serivicios made
in USA. El correspondiente
diagnóstico de debilidad ecónomica no podía sino completarse con
el claro retroceso desde un punto de vista geopolítico que los
norteamericanos sufrían en regiones claves del mundo tras la derrota
de Vietnam. El caso más alarmante para ellos es el que ha venido
dándose en Oriente Medio. De los cuatro puntales históricos que
eran Persia, Arabia Saudita, Turquía e Israel, sólo les queda como
alíado incondicional el estado sionista: la Persia del Sha
deviniendo un Irán con la que se han roto las relaciones oficiales;
Arabia Saudita, queriendo diversificar sus relaciones estratégicas y
buscando algo más que papeles verdes con que asegurar el valor de
sus recursos energético; y Turquía buscando desesperadamente la
integración en una Unión Europea a la que, entre otras cosas, le
jura que no hará de torpedo yanqui a la británica. Por lo demás,
este diagnóstico de doble debilidad económica y geopolítica es
compartido por todos los grupos de poder estadounidenses: en lo que
respecta al diagnóstico de los males de fondo norteamericanos y a la
urgencia de poner remedio, los neoconservadores no son menos
realistas que los… “realistas” (Kissinguer, Albright, etc).
Otra cosa han sido las disputas entre ellos en cuanto a las
soluciones concretas a aportar y en lo que se refiere al interés
particular de confundir la supervivencia de la hegemonía yanqui a la
del propio estado sionista de Israel, tal como han hecho los
neoconservadores.
Efectivamente,
todos comparten que hay que crear una situación donde el imperio
americano no sea contestado seriamente, como mínimo, al mismo
interior del campo pro-occidental de la Guerra Fría. Y si es preciso
para ello, no se dudará en provocar conflictos regionales a fin de
recuperar el control de países de importancia estratégica, como en
Oriente Medio, y obligar a que todo acuerdo entre dichos paises y
otras potencias (incluídas las occidentales) pase por su beneplácito
y, sobre todo, no se haga contra sus intereses, exactamente como
pasaba cuando había la Unión Soviética. Esto en el mejor de los
casos; es decir, si las guerras les salen bien. Pero incluso como mal
menor, apuestan por que la propia inestabilidad creada con sus
intervenciones militares hagan que el elemento decisivo en el juego
de dominaciones a nivel mundial continúe siendo precisamente el
elemento militar, donde ellos se sienten más seguros en comparación
con las otras potencias capitalistas. En otras palabras: o
la guerra genera una situación nueva
para ese “nuevo siglo norteamericano”, o
genera una inestabilidad que, como
mínimo, amenaza a todo el campo occidental al punto de tener éste
necesidad de nuevo de sostener al gendarme estadounidense como cuando
la Guerra Fría. En este sentido, debe insistirse en que por fuertes
que puedan llegar a ser las contradicciones dentro del campo de
paises imperialistas, sus diferencias son menores de las que les
separan a todos ellos de movimientos de resistencia populares que
fácilmente pueden extender su odio a todo el campo de paises
imperialistas; de regímenes de paises del Tercer Mundo que pretenden
seguir una linea independiente de desarrollo sin atarse demasiado a
ningún país occidental; o de China y Rusia que no esconden que
quieren aprovechar sus potencias militares para imponer un
multilateralismo, no ya con respecto a los Estados Unidos, sino
frente a todo el grupo de los grandes del capitalismo internacional.
Es
por todo lo dicho hasta ahora que puede afirmarse sin exageraciones
que la mayoría de los conflictos militares importantes (por sus
implicaciones internacionales) desde el fin de la Guerra Fría están
ligados, en última instancia, a la cuestión de la hegemonía de los
yanquis dentro del mismo campo occidental. O lo que es lo mismo: con
las contradicciones entre países o bloques imperialistas (en
formación) jugando un rol mucho mayor de lo que la diplomacia quiere
que nos enteremos. Y si bien las diferencias entre el núcleo
importante de la Unión Europea y los Estados Unidos no se han
mostrado tan a las claras como con ocasión de la Segunda Guerra en
Irak en 2003, en realidad, ya durante los conflictos anteriores, y
detrás de una unanimidad de fachada, cada uno actúaba con
estrategias diferentes.
Es
cierto que en el caso particular de la Unión Europea (UE) se impone
mucha prudencia y escepticismo cuando se habla de estrategia en el
mismo sentido que se hace con los Estados Unidos. Sencillamente
porque aquélla está todavía lejos de formar un bloque y no está
ni claro que vaya a conseguirlo. Desde el punto de vista de la
evolución de las contradicciones interimperialistas, debiera
hablarse a lo sumo de contradicciones en desarrollo entre los Estados
Unidos y un núcleo duro de la UE que sería el que se estaría
formando en torrno a Francia y Alemania (mejor dicho: Alemania y
Francia) y con dos paises intermedios importantes como Italia y
España… siempre que los gobiernen el “centro izquierda”1
y no los Aznar y Berlusconi que son aliados de los yanquis. Mucho
condicional como se ve. De ahí precisamente que pueda afirmarse que
la debilidad de los yanquis es sobre todo relativa si se compara con
ellos mismos en el pasado
y no tanto con una potencia imperialista o bloque ya formado dentro
del capitalismo internacional que pueda aspirar a desbancarlos. Y es
por esto mismo que otra forma de expresar el porqué de la
inestabilidad actual crónica interminable y sin salida clara en el
horizonte, es que los yanquis no tienen potencia suficiente para
prolongar una hegemonía incontestada como en el pasado, incluso
dentro del propio campo occidental, pero sí para impedir (destruir)
todo intento de que se le ponga otra potencia o bloque a su mismo
nivel de hegemonía y, no digamos ya, para sustituirlos. Esto lo
saben bien sus “aliados”, que lo máximo que airean en público
es que aspiran al multilateralismo en los asuntos internacionales y
siempre jurando que todo lo hacen con ánimo de ayudar al amigo
americano en dificultades de adaptación a la nueva realidad mundial
de después de la Guerra Fría y, por supuesto, sin ánimo de
contrariarlos.
Lejos
pues aún de poder hablar de una Europa-potencia y, aún menos, que
desafíe explícitamente a los Estados Unidos. De todas maneras esto
de la unidad europea no es sino una pantalla para esconder intereses
expansionistas de países que en ningún caso pretenden difuminar
realmente y sacrificar sus intereses particulares. A lo sumo lo que
se persigue es precisamente ese núcleo duro que se ha mencionado, y
Europa como coartada. De todos los interes imperialistas que alberga
la UE los que tienen más base real son evidentemente los de
Alemania. Merece la pena pues concentrarse en este país cuando se
habla de necesidades expansionistas europeas que persiguen acabar con
el unilateralismo norteamericano. Y es que Alemania representa en
torno a un tercio de lo que se produce en Europa; pero sobre todo es
la primera potencia exportadora
mundial en términos absolutos, lo que con una población algo más
de tres veces inferior a los EEUU y mucho más desprovista de
recursos energéticos, dice mucho de su necesidad de “agrandarse”
física y geopolíticamente…como siempre.
Como siempre, sí, pero está
claro que Alemania
hace mucho tiempo que ha elegido la vía
europea
para avanzar en sus planes como actor internacional de primer orden.
Sencillamente, porque no tiene otra alternativa más clara, lo que no
deja de expresar una situación de debilidad
histórica
de la que le es muy difícil salir. Esta debilidad histórica es
aprovechada no sólo por su competidores más "antagónicos",
como es el caso de los Estados Unidos, sino por algunos de sus más
"firmes" aliados, como Francia. Basta espetarle cada cierto
tiempo lo de la “culpabilidad histórica del pueblo alemán” en
el Holocausto contra los judíos para enfriarle los ánimos en la
búsqueda por su cuenta de satisfacer sus aspiraciones
expansionistas2.
Por
tanto, desde hace años, Alemania se encuentra en un largo
período de defensiva
estratégica
con respecto principalmente a los yanquis. Y necesita que, de
momento, se vayan cumpliendo dos tareas. Una, ir conquistando, de
forma casi completa y sin
apenas compartir,
al mayor número de países, sobre todo en Europa, comenzando por el
centro y parte de los Balcanes, para luego extender su influencia por
el este. Dos, ir haciendo esto en una primera fase sin que sea
obstaculizada directa o indirectamente, sobre todo por los yanquis,
para en una segunda, garantizar que no se requiera la intervención
de éstos en los conflictos que ella misma tiene
que provocar,
como en el caso de los Balcanes, donde Alemania fue la que más
trabajó para el proceso de desmembramiento de Yugoslavia; un
obstáculo histórico a las pretensiones expansionistas germanas. Los
alemanes no quieren intervención de los yanquis allí donde ellos
pretenden construirse un espacio (su lebensraum),
porque cada que vez que éstos actúan, y por la manera en que lo
hacen, se les complican sobremanera sus planes, como pasó
precisamente con el “socorro” a Europa que hizo Clinton con sus
bombardeos brutales en Yugoslavia, que confortó el sentimiento
histórico antioccidental serbio por un buen rato.
De
momento, y no por poco tiempo, Alemania no se puede plantear más de
esas dos tareas o objetivos mencionadas. Y se da por contenta, ya que
es mucho comparado con la situación que tenía durante la Guerra
Fría de gran supeditación y control por parte de los Estados
Unidos. El proyecto de la Unión Europea les cubre y avala sus
conquistas, hasta el punto que todo aparece como política europea de
expansión a los nuevos candidatos, al tiempo (lo principal en una
perspectiva estratégica) que le blinda de una “animosidad”
yanqui, que tendría que enfrentarse a la Comunidad Europea para
parar los planes alemanes, como ocurrió con la Segunda Guerra de
Irak. Nadie seriamente puede creerse que el actual desorden
comunitario sea el que se adecúe a una política agresiva y ofensiva
por parte de una Europa-potencia semejante a la de los yanquis. Pero
precisamente este “guirigay” es el que mejor blinda la actual
fase de la política expansionista de Alemania: defensiva (en lo
militar), fuera de Europa frente a los Estados Unidos; ofensiva in
crescendo (donde
prima lo político y lo económico), dentro de Europa. Con respecto a
lo militar, Alemania mete cada vez más prisas, siempre utilizando
otros socios europeos - ahora tiene un buen portavoz con Prodi, menos
“caprichoso” y con menos aires de grandeza individual que los
franceses – para que se avance lo suficiente
en lo militar al objeto de que las intervenciones "humanitarias"
europeas se hagan...por europeos; campañas que, por supuesto, han de
llevarse a cabo en el propio viejo continente, pero también en el
exterior, por ejemplo, en el Congo, y cada vez más en Oriente Medio,
aprovechando los desaclabros yanquis, como ya comienza a ocurrir en
Líbano.
A
favor de los planes actuales del “motor europeo” juega el hecho
de que las otras potencias imperialistas integrantes en Europa han
perdido mucho de su fuerza pasada y no están para pasar a ofensivas
como antaño. Son potencias secundarias en cuanto a su capacidad
expansionista. En el caso de Francia, ya les vale con que su zona
francófona no se le convierta en una sangría en la que los yanquis
hagan de las suyas como viene ocurriendo en Africa Central. Así que,
como de momento, más que nuevas conquistas, lo que los franceses
quieren es apuntalar lo mejor de su herencia colonial, no entran en
Europa en excesiva colusión con los alemanes. De tal manera, que
éstos les financian (por supuesto, en nombre de Europa y el esfuerzo
mancomunado del resto de miembros de la UE) para que mantenga más
que artificialmente sus grandezas (incluido sus proteccionismos de su
propio mercado interior), al tiempo que los franceses se configuran
como los mejores avalistas y garantes del blindaje alemán de cara a
los yanquis e incluso a los británicos. Los alemanes buscan
compensar sus actuales retardos militar y político, sobre todo,
aprovechándose de la potencia militar francesa y su mayor
iniciativa política y diplomática y "presentabilidad".
Pero sin supeditarse en este terreno totalmente a los franceses, que
toman demasiadas inicativas individuales por intereses particulares
(y la mayoría de las veces de cortas miras), como ha sido el caso en
el Líbano, donde por recuperar su influencia histórica en el pais a
costa de los sirios, ha coqueteado con americanos y con israelíes en
espera de que éstos también le hicieran el trabajo sucio a ella,
comprometiendo así los “intereses estratégicos” y las
prioridades y calendario de actuación de la Unión Europea en región
tan delicada, como ha expresado apenas veladamente Solana. De ahí
que los alemanes aprovechen la llegada de gobiernos mucho más
euro-europeos en Italia y en España, sólo sea porque son mucho más
conscientes de que sus límites sólo pueden serlo menos dentro de
una “politica común europea lealmente respetada.” En cualquier
caso, y aunque sea por razones diferentes, los componentes del tándem
formado por franceses y alemanes apuestan por una Unión Europea que
se tutee con los Estados Unidos: uno para alargar sa
gloire;
otros, para de nuevo asegurarse su lebensraum.
En definitiva,
Alemania utiliza Europa para que ésta le ayude a lavarse la cara y
recuperar toda la iniciativa y justificación de gran potencia
imperialista que perdió tras la experiencia hitleriana. Ya ha
logrado pasos, como que queden en el pasado la prohibición de
intervenir fuera de sus fronteras. Hoy está presente en muchas
regiones del globo3.
Además, nunca ha cejado en llegar a ser potencia que pueda tener
derecho a veto en las decisiones internacionales. Supone un gran
éxito para los alemanes que el grupo negociador con Irán sea 5+1
(los miembros permanentes del Consejo de Seguridad más ella). Para
conseguir todo ello no podía sino prestar el apoyo en una primera
fase a las intervenciones yanquis, desde la primera guerra de Irak a
la intervención en Afganistán. En este sentido, durante mucho
tiempo aún los alemanes no dirán nada, ellos
directamente,
que pueda sonar demasiado agresivo a los norteamericanos; animarán a
uno u otro socio europeo (y más explíctamente…la cadena de
televisión Arte)
para que diga lo que les interesa, incluso teatralizando en seguida
un desmarque proamericano y sobre todo (faltaría más) ¡proisraelí¡
de los que tan bien se les da a la Merkel: “Ni
somos neutrales, ni queremos serlo”
(AFP, 20 de setiembre de 2006),
responde
la canciller a aquéllos que desde el Parlamento alemán le advierten
de los riesgos de aparecer demasiado pro-israelí y enviar tropas a
una “región
volátil donde Berlín ha tejido buenas voluntades con su diplomacia
más que con su poder militar” (The
New York Times, 20 de setiembre de 2006). De todas formas, la
teatralización proisraelí de la Merkel no le impide declarar - por
ejemplo, con Chirac en la Conferencia de Prensa conjunta del 25 de
agosto de 2006 en el Eliseo - algo de lo que no
quieren escuchar hablar precisamente ahora los sionistas: “Me
parece esencial [decir
que] la misión
de la FINUL [en
el sur del Líbano]
no es algo aíslado. Debe integrarse en un proceso político para
resolver los problemas más delicados de esta región”,
para inmediatamente añadir que “Francia
y Alemania están totalmente de acuerdo en que uno de los puntos
centrales de este conflicto es el conflicto entre Israel y los
Territorios palestinos”.
Pero más allá
de esa prudencia obligada que lleva a decir al ministro de Asuntos
exteriores alemán que “incluso
60 años después, llevará todavía algún tiempo ganarse [nuestra]
confianza” (AFP,
20 de setiembre de 2006), y en la medida que va asentado de forma
irreversible su retorno a la escena internacional, Alemania va
progresivamente también haciendo valer de
hecho
sus intereses vitales, que podemos resumir en dos: mercados, tanto
para sus “excedentes” industriales (excedentes, desde un punto
de vista capitalista, claro) como para obtener mano de obra barata,
comenzando por Europa en el sentido más amplio posible (o sea, con
todo el Este incluído); y, por otro lado, una garantía de
suministro estable de materias primas para su industria, que hoy
pasan por acuerdos de gas con Rusia y unas relaciones estrechas con
las potencias petroleras del Medio Oriente.
Precisamente, y
al hilo de esto último, ni Alemania ni una gran parte de la Unión
Europea ganan nada con esos planes norteamericanos de remodelación
de Oriente Medio, que saben que no son sino para apuntalar una
hegemonía que es tambien costosa para ellos, como se ha señalado
más arriba. Por eso se opusieron a la Segunda Guerra de Irak y no
comparten ni la manera ni las intenciones últimas norteamericanas de
tratar el “dossier nuclear iraní”, por más que sea cierto que
les anima intenciones de sometimiento imperialistas de la zona, pero
esto lo persiguen bajo otro liderazgo y estrategia de los que se
desprenden del proyecto de nuevo siglo americano para la región.
Bien al contrario, pretenden aprovecharse de las dificutades actuales
de los norteamericanos para que éstos acepten una presencia
occidental europea en la región, incluyendo una cooperación
estratégica con Irán, del que los alemanes son los segundos socios
después de Italia. No en balde Irán, en lo concerniente a “su
problema”, hace una diferencia clara entre anglosajones y europeos,
sobre todo, alemanes, de los que se declara amigo
histórico
y se dedica a decir en voz alta lo que los propios alemanes piensan
pero, no sólo no pueden decir, sino que tienen que negar en público
incluso con aspavientos a lo Merkel. Nos referimos a que se utilice
el pasado alemán para cortarles las alas en la consecución de sus
planes actuales (ver nota 2). ¿Por qué enemistarse con un país así
que puede ofrecer una garantía en petróleo de alta calidad
(dispuesto incluso a negociarlo en euros) y que reconoce que quiere
una cooperación estrecha con los paises europeos? ¿Acaso son más
fundamentalistas que esa Arabia Saudita tan protegida durante decenas
de años por los norteamericanos y que acoge una sociedad mucho menos
“abierta” que la iraní? Que los norteamericanos no tengan
relaciones con los iraníes despues de 1979 es, sobre todo, un
problema particular de ellos que quisieran fuera occidental en su
conjunto.
Por
lo demás, aprovechándose del reciente fracaso americano-israelí en
Líbano - que no pretendía sino oxigenar el proyecto neoconservador
americano de agresión contra Siria y, sobre todo, contra Irán -, y
que se suma al cosechado en Irak, el núcleo duro de Europa tiene una
oportunidad de contar con una presencia militar directa y casi
exclusiva por la primera vez en esa región clave4.
Y aunque compartan con los norteamericanos el miedo a que se
extiendan los ejemplos de resistencia de Hezbollah y de la
insurgencai iraquí, o precisamente por eso mismo, los soldados
europeos no van a ir tanto para desarmar “por las malas” a
Hezbollah, sino precisamente a hacer valer su
forma alternativa occidental de controlar la región, antes de que
todo sea irreversiblemente incontrolable. Y para ello, comenzando por
dificultar directamente sobre el terreno los propios planes de
intervención norteamericanos con un argumento de peso: ya serían
los soldados europeos los que se verían envueltos en…”fuego
amigo”. Efectivamente, muchos movimientos europeos en aquella
región son animados con la idea de que, como mínimo, el desastre
yanqui no lo sea tanto que comprometa a todo el Occidente,
eventualidad negativa que se ve favorecida por el hecho de que ante
los pueblos de la región, que no entienden de diplomacia, los
europeos no se distinguen suficientemente de los norteamericanos.
En
definitiva, los europeos, si bien comparten con los norteamericanos
mismo
sistema explotador y expansionista de agresion de los pueblos no
están situados en el mismo momento estratégico. Les interesa
alargar al máximo su actual fase estratégica defensiva y de
conquista progresiva por medios principalmente económicos y
políticos, eso sí, salpicado de provocaciones de conflictos locales
a cada “tapón” (a lo Milosevic, por ejemplo) que se encuentren.
Esta estrategia menos necesitada en lo inmediato de ofensivas
brutales es lo que les permite abanderarse como la que más (y aún
más) de humanismo y democratismo. En todo caso, utilizarán la
inevitabilidad de que los conflictos regionales se exacerben, como
forma de ganar puestos en el liderazgo del Occidente imperialista a
costa progresivamente del unilateralismo yanqui.
Ahora
bien, toda esta estrategia del núcleo central de la Unión Europea
la conocen bien los norteamericanos, aunque, en general, entre éstos
se imponen también las formas diplomáticas a la hora de mostrar su
animosidad ante la misma. Hasta el momento los síntomas más claros
de esta animosidad han aparecido, y ya desde hace algún tiempo,
entre círculos de los neoconservadores, periódicos como el Wall
Street Journal y los sionistas, sobre todo los cristanos sionistas,
como tendremos ocasión de comprobar en seguida. Pero más allá de
esta coalición extremista, y como ya se ha dicho más arriba, a
ningún grupo norteamericano de poder le interesa admitir las
actuales derrotas de su país, ya que les metería a
todos en
una situación de debilitamiento incomparablemente superior a la que
supuso la de Vietnam. Pues esta vez se tendrían que
“desunilateralizar” incluso dentro del propio campo occidental,
al no existir la Guera Fria que obligaba a correr a japoneses y a
europeos para apuntalarlos. Esa es la gran ventaja de los
neoconservadores: que ni siquiera sus contricantes pueden soportar un
reconocimiento consecuente de sus fracasos; lo que prolonga el poder
de aquéllos más allá de lo que lógicamente se podría esperar a
tenor de sus “meteduras de pata”. De ahí, las dificultades para
materializar los procedimientos de impeachment
de Bush, a pesar de que los argumentos que llevaron a aplicarlo a
Nixon y, por poco, a Clinton son pecata minuta en comparación con
los que se podrían montar contra el actual presidente. Tanto es así
que son muchas las voces en Estados Unidos que, precisamente por el
desastre actual en Oriente Medio, no descartan que la estabilidad
americana interior finalmente tenga que pasar (tal como han forzado
la realidad los neoconservadores) por una buena cantidad de años de
inestabilidad global del mundo en el sentido de crear fuegos cuyas
brasas alcancen, como mínimo, a todo el Occidente, de forma que todo
él requiera con premura un equipo de bomberos bien pertrechados –
o sea, los norteamericanos - para apagar esos incendios. Ésa es la
tesitura de los Estados Unidos: su dependencia económica del mundo,
comenzando por el resto de potencias del campo occidental, no puede
seguir imponiéndola “a buen precio” sino es prolongando la
dependencia militar – en la que todavía son realmente hegemónicos
- de dichas otras potencias con respecto ellos. Y si las razones más
terrenales (y dosméticas) para desestabilizar el mundo se siguen
revelando inconfesables, siempre cabe echar manos de recursos más
celestiales y hasta infernales.5
*
La
crisis profunda de hegemonía yanqui, las contradicciones
interimperialistas reavivadas tras la Guerra Fría y la propia
debilidad estratégica de las otras potencias imperialistas,
constituyen factores favorables para la causa popular en el mundo que
compensan en parte el gran reflujo que supuso la “victoria del
Occidente capitalista e imperialista” en la Guerra Fria. Los sueños
de quitárnoslos a todos de encima deben ser acompañados con la
convicción despierta de que es posible porque el sistema imperial
presenta profundas fallas y fisuras internas que son del todo
aprovechables. Para ello, el ánimo, no ya de los más conscientes,
sino el que éstos objetivamente propagan es fundamental. En este
sentido, resulta paralizante y perniciosa la tesis de que estamos
inmersos en un Imperio occidental único y sólido liderado por los
yanquis. Empezando porque es falsa, y, además, porque alimenta esa
idea no poco generalizada en los ultimos años de que los yanquis son
tan inmensamente poderosos, tienen tan bien asidos a todos sus
aliados y, en fin, tienen tanto control sobre todo que se diría que
hasta cuando las cosas les van mal (como en Irak) será porque en el
fondo les van bien…
Por
lo demás, no ver estas diferencias intraoccidentales imposibilita al
mismo tiempo identificar las
pretensiones y estrategias que, más allá de sus propias
dificultades y límites, estos otros
imperialistas, los “nuestros”, abrigan por
su cuenta y no
por subcontrata de los norteamericanos. Y ya situándonos en clave
más doméstica, sólo reconociendo debidamente esas diferencias
intraoccidentales, puede percibirse cómo las mismas se trasladan a
las políticas internas de países, sobre todo intermedios como
España e Italia, a la hora de elegir una política determinada de
alianzas u otra. Esta falta de percepción, por ejemplo, ha
dificultado neutralizar los intentos gubernamentales de hacer pasar
por izquierdistas y valientes, orientaciones políticas como la
retirada de tropas de Irak que, en realidad, han estado cubiertas por
los deseos de Alemania y Francia. (No en vano, la verdadera
diferencia entre Zapatero y Aznar no estriba en si más o menos
imperialismo, sino en qué
política imperialista y, sobre todo, con
quienes llevarla
a cabo).
Pero
es que, además, a fuerza de ver demasiado poder absoluto
incontestado en los yanquis, tendemos a infravalorar la resistencia
que se les ofrece y a no comprender cómo las diferencias entre los
“grandes” afectan (favoreciéndolos) a procesos revolucionarios,
de resistencia patriótica o simplemente de línea independiente de
desarrollo de países6.
Lo más injusto en lo que podemos caer es en ver las luchas que
llevan sectores populares y determinadas organizaciones combatientes
- independientemente de que no estemos de acuerdo ni con su ideología
ni con su línea política de actuación histórica - como un simple
montaje de servicios secretos norteamericanos o israelíes. Y ello,
basándonos en que efectivamente se han dado históricamente
convergencia de intereses inmediatos y apoyos materiales entre, por
ejemplo, islamistas y la CIA contra la URSS en Afganistán, o entre
Israel y Hamas contra la OLP en los 80, etc.; y basándonos también
en el hecho cierto de que los estados imperialistas montan atentados
para justificar sus políticas criminales.7
Todo esto es verdad, pero aún lo es mucho más que los
imperialistas, por la propia naturaleza egoísta, individualista y
buscadora de beneficios inmediatos del sistema económico en que se
basan, no pueden ser tan potentes como para evitar las diferencias y
peleas entre ellos y no pueden desactivarlas completamente a fin de
que los procesos revolucionarios y de resistencia no extraigan de
ellas beneficio político.
1
No en vano, “la UE es de
izquierda” según el
ex-presidente de la Comisión Europea y ahora primer ministro de
Italia, Romano Prodi, cuando se le
pregunta: ¿Cómo definir las
solidaridades hoy en un mundo globalizado”? (Le
Monde, 13 de setiembre de 2006).
2
"No resulta del todo lógico
que ciertos países vencedores de la Segunda Guerra Mundial creen un
pretexto para mantener a un pueblo constantemente en el aprieto y
por enfriarle toda motivación, todo movimiento y toda vivacidad e
impedir así su progreso y su grandeza”,
le dice a Merkel, en una carta fechada el 17 de julio de 2006 y
publicada por AFP el 28 de ese mes, y como por casualidad, un tal
Mahmoud Ahmadinejad,
presidente de Irán, quien será muy religioso, pero que ha
demostrado una vez más que en estos de los entresijos de juegos de
poder terrenales no se va…por las nubes. Por cierto que a la
presidenta de Alemania no le faltó tiempo para jurar a
norteamericanos y a israelies que rechaza furiosamente que pueda
dudarse que ella los ama más que a su propio pais, y que, por
supuesto, semejante cortesano se quedará sin respuesta. Faltaría
menos.
3
Como dice Sascha Lange, un analista militar de Insitituto alemán de
asuntos internacionales y de seguridad: “…estamos
en plena transformación para hacer posible la presencia de tropas
fuera de Alemania, y esto no es más que el comienzo.” (The
New York Times, 20 de setiembre de 2006).
4
El ministro de exteriores italiano, Maximo D’Alema, declara a Le
Monde (25 de agosto de 2006), con
ocasión del envío de tropas europeas al Líbano: “Siempre
‘payeur’ (pagando) pero
jamás ‘player’ (actor),
por la primera vez Europa puede jugar un papel activo en Oriente
Próximo [ahora que] Irak
es una tragedia, y los proyectos de ‘nuevo Oriente Medio’ son un
desastre.”
5
Una figura de pro de
los cristianos sionistas norteamericanos, John
Hagee, millonario a golpe de fanatismo, no puede por menos que
adobar de exaltadas referencias biblícas (y antibíblicas) las
preocupaciones estratégicas más crematísticas de su país. Así,
en un libro reciente de gran éxito,
A Warning to the World...the Last Opportunity for Peace
(Una advertencia al mundo…la última oportunidad para la paz)
afirma que “los Estados Unidos
deberán librar una segunda guerra por el control de Israel contra
China y la
Unión Europea (sic)”.
Y además, el “fanático” señor
se toma la molestia de delirar – negocio obliga – precisando que
“esta guerra daría lugar a la
figura del Anticristo bajo la forma del presidente de la Unión
Europea (mismo sic)”.
(El CUFI: 50 millones de
evangelistas partidarios de Israel,
por Thierry Meysan, Presidente de la Red Voltaire.) No es de esperar
que desde las esferas norteamericanas de poder haya una disposición
manifiesta y explícita a compartir tales “delirios” de
semejante pastor. Pero después de comprobar lo embarazoso que
resulta tener que buscar por el terreno y el subterreno pruebas
tales como las armas de destrución masiva, no es descartable que
terminen por mirar un poco más arriba en busca de la inspiración
divina. La verdad es que no les queda mucho más margen de maniobra
y, al fin y al cabo, los leitmotiv
guerreros divinos tienen el mérito de sólo requerir la prueba de
la fe. Un limbo donde, ahora sí, los norteamericanos
no ven su hegemonía demasiado en peligro.
6
Especialmente aquéllos que se reivindican de la revolución
socialista (por tanto, no ajenos al análisis histórico marxista)
deberían estar en mejor disposición de comprender cómo las
diferencias entre los “grandes” afectan (favoreciéndolos) a
procesos revolucionarios, de resistencia patriótica o simplemente
de línea independiente de desarrollo de países. E insistir mucho
más en que para acumular fuerzas para los cambios revolucionarios
no basta con decir que todos son igual de mafiosos, sino que hay que
añadir que ejercen en diferentes
bandas, lo que en el caso de los
imperialistas les lleva al final a enfrentarse, ya sea directa o
indirectamente, provocando situaciones de crisis de debilidad en el
conjunto del sistema. Baste
reparar en cómo revoluciones (o ciclos revolucionarios) de gran
trascendencia mundial no se pueden desligar del contexto de guerras
entre potencias que han supuesto el debilitamiento de estados
nacionales. Ahí tenemos, por no citar que los ejemplos más
emblemáticos, la misma Comuna
de Paris
en 1871, tras la debacle francesa ante Prusia; el largo ciclo
revolucionario europeo iniciado por los bolcheviques
rusos tras la carnicería
del 14; y
el triunfo de los maoistas en China en 1949 después de liderar la
resistencia a la cruel y larga invasión de los japoneses derrotados
en la Segunda Guerra Mundial por los Estados Unidos.
7
Sobre este particular deberíamos ser mucho más intransigentes con
nosotros mismos y rigurosos (a la hora de dar datos), cuando
comprobamos que la historia es rica en ejemplos (¡y cómo, en
nuestro propio país¡) de cómo los estados reaccionarios e
imperialistas no se cortan un pelo – esto sí que les cuesta poco-
en montar si es preciso historietas, y hacerlas correr incluso entre
gente progresista, acerca de que revolucionarios y resistentes son
sus agentes a fin de mejor aislarlos para liquidarlos.
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